QUE NO SE ENTERE EL DANTE

Hace seis meses que vino, Daniel. Está en la sección 163, al lado de los que entran al subte sin esperar a que baje la gente y de los que les dan de comer a las palomas.
Descubrió nuestro personaje que el purgatorio no es como el infierno; que su organización es horizontal, que por encima del muro que separa cada sección se puede conversar con los que paran en la otra, y también que se va cambiando de sección después de haberse aprendido el sermón correspondiente de memoria.
Descubrió que hay una sección de animales, los cuales siempre supuso carecían de alma, y que en los inodoros nunca te mojás el culo.
Que en el fondo están las barracas de los que no tuvieron deméritos suficientes para irse al infierno de una, pero que jamás sumarían los puntos necesarios en el purgatorio para entrar al cielo. A estos se los cuelga de unos cables con roldanas para que supervisen la cosa y para que vean qué necesita la población. Algunos cargan alforjas con fajos de formularios, otros, manzanas, el único alimento permitido en toda la jurisdicción del purgatorio, pues contiene agua, glucosa y una tentación implícita.
Los fijos (así se los llama) son resentidos y cabreros, heridos en su orgullo porque saben que ese no pertenecer a una clase ni a la otra les es eterno y para siempre. Más de una vez se los ha visto despotricando en las alturas, intentando convencer a los otros fijos y a la masa para armar una revolución. Cuando esto llega a oídos del Gerente Regional, se le da al trasgresor una pala, una esponja y un pase libre para una semanita en el Pasillo del Viento, el entrepiso que queda abajo de las letrinas, donde se los obliga pacientemente a acomodar los detritos en cajitas de cartón marcadas con una letra M.

(Continuará)