LUZ

Lo hablo de vez en cuando con un gran amigo. Más que nada para ver si lo desarrollo mejor, porque sé que algo valioso y bello hay atrás de esto que me pasa a veces, y que me gustaría que me pasara más. Y que no sé cómo explicar. No soy muy oral. Soy pésimo para contar hablando. Bastante malo para escribir. Pero soy peor cuando hablo. Mi amigo ya debe tener las bolas por el sopi. Espero que ustedes no.
Soy una persona sensible. Las cosas me tocan. Me hacen mal y bien, tal vez más mal y más bien que al ciudadano medio. Me cuesta admitirlo. Lo estoy viendo escrito y me lo admito, no me queda otra, pero mi actitud ante los otros es un poco entre "bueeno, qué me importa" y "soy un cubito de hielo en una de esas cubeteras de aluminio que tirabas de una manija, y na-da-me-afec-ta, ya lo dije, estoy hecho de hielo, agua dura".
Muchos días, sobre todo muchas mañanas, salir a la calle y enfrentarme a una cierta cantidad de gente mucho menos sensible que yo, menos ambiciosa tal vez, menos consciente de sí misma, menos cuidadosa-con-la-hormiguita-que-lleva-una-hojita-qué-linda-la-hormiguita-qué-linda-la-abejita-que-lleva-la-miel-en-las-patitas que yo me produce asco, pena, tristeza sin par, altos enojos, y muchas, pero muchas carajeadas por lo bajo. Tengo un problema. Oquei. Todos tenemos. No me felicito por eso, todos los días me alejo de lo oscuro que hay en mí, o por lo menos me hace bien creer que es así.
Hay días que son más o menos: todo simplemente transcurre, parece que resbaaalan sobre mi piel los coágulos viscosos de la dejadez y la miseria, la soberbia, el resentimiento y el desprecio impreso en rostros de gente. Hago lo que tengo que hacer y me vuelvo a mi casa, a mis cosas sensibles y llenas de sentido. Tampoco es que soy un intelectual o un filósofo. ¿Se dieron cuenta? Bueno, parece que no soy el único sensible en la sala.
Algunas (muy algunas) mañanas, mañanitas de sol o no, a los apurones o no, en el subte, en el ascensor, por la vereda, alguien, alguien bendito y luminoso danza (es la palabra) graciosamente frente a mis ojos. Alguien de expresión serena y despreocupada, naturalmente felizdelavida, no una felicidad de propaganda de toallitas o de pasta dental. Muchas veces ni siquiera es una hembra de cabellos rizados y con la correa del morral que le pasa entre los pechitos como la que vive a la vuelta (y cómo me pone, hermanito querido…) ¡No! Por ahí es un viejo de jogging y sobretodo, pollerudo de mierda, que le fue a comprar medialunas a la mujer a las siete de la matina porque anoche fue el aniversario de treinta años de casados y la vieja se la chupó o algo, pero la cara de feliz cumple no se la saca absolutamente na-die, ni las pocas monedas, ni el riesgo de que lo afanen y lo maten en la primera esquina, ni el viento que le cortaría la jeta a Dios y al Diablo, si no hubieran abandonado hace mucho tiempo este mundo. Por ahí es el pibe que entrega los diarios en bicicleta, que va silbando algo que en principio nada tiene que ver con levantarse a las cinco para ganar quince mangos; por ahí es una cartonera vieja y mal vestida, pero que te mira a los ojos y sabés que te desea el bien por más que no lo diga con esa boca sin dientes. Por ahí es un cana novato y lleno de ganas que todavía no se hundió en el barro inmundo y vil del crimen uniformado, y que ya te vio pasar una vez y sabe que sos gente derecha, como él.
Me ha pasado a veces. Muy a veces. Y dura lo que dura un instante, pero te deja un calor acá, un reconforto que va más allá de un consuelo. A veces (muy, muy a veces) hasta llego a invocarlo porque sí, sin compararlo con las tan cotidianas tinieblas, y sin buscarlo como refugio.
Ya me olvidé las caras (menos la tuya, chuchi); me queda lo radiante de las expresiones, de los cuerpos sueltos, lo sereno del momento y el recuerdo de no haberme importado nada más, aunque claro, todo de a poquito cada vez más difuso… pasaron algunas semanas desde la última vez. Ando precisando otra dosis. Nos vemos por ahí.