TÉ CON LECHE

Debe ser que en mi casa nunca se tomó y lo conocí en el hospital una vez que me internaron. No me acuerdo más del dolor, de los mareos, de quien me visitó ni de los juguetes que me regalaron, pero de esta bosta sí.

Diverjo con los que mencionan al dulce de batata con chocolate o al fiambrín como creaciones abominables que convierten dos cosas buenas en una mala; ninguna de las dos son una décima parte de cuestionables como el (¿lo digo? ¿que ya está en el título? ok) TÉ CON LECHE. Tal vez el mate de leche sí, pero me da mucho asco como para siquiera escribir o pensar sobre eso (laaalalalaaalalaaa…)
Los ingleses lo toman así, una especie de lágrima de té, por eso tienen esa cara de orto, no hacen buenas películas y les va mal en los mundiales.

En la oficina nos tienen a té con leche de la mañana a la noche (de tempranito a la mañana, hasta tardecito a la noche, porque trabajamos como malasios), y obviamente preferiría tener que tomar kopi luwak o alguna otra infusión inmunda antes que té + leche. A lo que voy, y a ver si nos entendemos: viva el té, viva la leche, los dos juntos son ese engendro lánguido y repugnante que se arrastra hasta nuestras tripas como la insistencia de un vampiro.
Ya intenté de todo, y todo se confabuló para no funcionar. Me escurrí en la cocina varias veces lo más temprano que pude; doña Rufina, Nuestra Señora del Té y ME CAGO en la Leche, con su cofia, su rodete, y su delantal color de la aberración que nos sirve siempre… ya lo había preparado. Todas las veces. Y aunque lograse llegar en el instante mismo de que mezclara los dos nobles elementos, dudo que hubiera tenido algún éxito en impedírselo; su expresión recia y su mirada torva (mamá, soy escritor) parecían haber nacido en un lago de azufre hirviente solamente para disuadirme de tal cosa.
Llegué a contrabandear saquitos escondidos en las medias, forjé historias para alejar a esta señora de su puesto y poder prepararme un tecito puro y decente. De alguna manera lo intuyó, o ya era un procedimiento macabro por ella establecido: las canillas no abrían, ni el gas; el microondas donde nos calentaba los taper del almuerzo parecía funcionar solamente con ella.

Rufina siempre nos sorprende con alguna variante: exceso o falta de azúcar aleatorios, a veces coágulos de nata, a veces una espumita muy dudosa, ora vasitos de plástico semiderretidos que te borran las huellas digitales, ora todo lo contrario. Mi tormento pasa lejos de estas variables pamplinescas, qué puede haber de malo en comerse unas criollitas húmedas (¡qué combinación de palabras, cómo me puse, uy pará!), en tener que verle la cara a esta solterona amarga (listo, se me pasó), en la obsesiva sospecha de que el refrigerio de alguna manera nos viene descontado a fin de mes… nada de esto es lo peor, lo peor es lo más simple: moléculas de té pegaditas a moléculas de leche, las unas frotándose contra las otras en un mismo recipiente y fornicándonos la vida… ¡todo… santo… día!

Por eso nació el desmoleculizador de té con leche DailySeparerTM, el más nuevo invento de Fundaciones Sprayette. El DailySeparerTM desintegra molecularmente y vierte los elementos en dos recipientes separados, ¡en dos recipientes separados!
¡Basta de sufrir, hermano ecuatoriano, hermano argentino, hermano venezolano, basta de someterse a la diaria tortura del té con leche, baaaaasta!
¡En forma de corbata, lapicera o carpeta con fotocopias, para que lo puedas llevártelo a tu trabajo sin que el jefe se dé cuenta!
¡Llamá ahora y llevate una cuchara TurboMagicTM y una cubetera de terrones de azúcar SugarMateTM ENTERAMENTE GRATIS!
¡Llamá AHORA, te digo! ¡LLAMÁ, MIERDA!

ORACIÓN

Esta vez es la vez. Voy a juntar todo lo que tengo e inventar lo que no tengo. Me urge torcerle el brazo al fantasma que me debilita cada vez más. Voy a meter las manos en la mierda.

Alfajor Jesús

No voy a la iglesia el domingo
De rodillas no sé rezar
No sé dónde está aquella Biblia
Me la olvidé en el último bar

Pero sé que Jesús me ama
Sé que un día va a volver
Estoy inundando de baba
El polirrubro de don José

Quiero mi alfajor de Jesús
Porque me hace sentir mejor
Quiero mi alfajor marca Jesús
Mata el hambre como el mejor

No voy para Mar del Plata
No me gusta el cordobés
No hay saque mejor para este pibe
Del suelo me va a levantar

Mejor que un trago de whisky
Jesús me satisface bien
De dulce de leche y chocolate
Mi alma tú la llenas, amén

Y cuando la cosa se te pudre
Cuando el fin del mundo
Parece comenzar
No tengas miedo, nene
Pedítelo en el kiosko
Él viene con relleno
Él va a ser tu salvación

Pero tiene que ser un alfajor Jesús
Bien envuelto en celofán
Tiene que ser de la marca Jesús
Mata el hambre como el mejor

Quiero mi alfajor marca Jesús
Porque me hace sentir mejor
Quiero mi alfajor marca Jesús
Mata el hambre como el mejor


(Waits, Careqa, Castrillo, su ruta)

LOS NOVENTA

Si conocías a más de veinte chabones de barba candado y sobretodo amarillo, sabés de lo que estamos hablando. Si te compraste más de una video, también. Si te lo robaron todo mientras veías las películas y no te diste cuenta, también. Nada tan grave que no pueda pasar de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, hasta que esto no sea más que un desierto sin vida animal ni vegetal, un yermo resquebrajado y lleno de sal y huesos. ¿Cómo? Nos llega un cable diciendo que la sal se la acaban de llevar de algún país de África para hacer charqui de cuello de jirafa. En fin…

CAGAMOS LA FRUTA (ENHORABUENA)

Las evidencias indican que el sujeto que fui hasta hoy sufría de una terrible tristeza que lo habría llevado a cometer suicidio premeditado con triple agravante y asociación ilícita, aunque la viuda y su amante (un matasanos de oscura reputación) alegan que se resbaló con un yogur en la cocina de casa y se desnucó vivo.
Como sea, me llevan detenido por querer no ser más a quien todos estaban acostumbrados, y digo SÍ, YO MATÉ a ese que andaba tirado en la vida como un caracol sin alas, sin piernas, sin dientes, la sombra vacía de la brisa del riachuelo que algún borracho imaginó que soñaba.

NIRVANA

Deben ser las dos y media. El sol de otoño ya empieza a bajar. Veo a Luciana que pestañea cada tanto, como un gato al sol. Estoy en el otro sillón, otro gato. Gordo, capado. No hay pensamientos más allá de esto. No hay fuego ni ambición. No hay hambre, dolor, pendencias, trámites por hacer. La vida es acá. No hay radio; la tevé y otros azotes no se inventaron, el teléfono no llega. No hay otros, ni yo ni ella. Hay la vida. El solcito tibio. La vida… pura. Ni fría y oscura, ni inasible de tan brillante. Una luz a través de la cortina.

LUZ

Lo hablo de vez en cuando con un gran amigo. Más que nada para ver si lo desarrollo mejor, porque sé que algo valioso y bello hay atrás de esto que me pasa a veces, y que me gustaría que me pasara más. Y que no sé cómo explicar. No soy muy oral. Soy pésimo para contar hablando. Bastante malo para escribir. Pero soy peor cuando hablo. Mi amigo ya debe tener las bolas por el sopi. Espero que ustedes no.
Soy una persona sensible. Las cosas me tocan. Me hacen mal y bien, tal vez más mal y más bien que al ciudadano medio. Me cuesta admitirlo. Lo estoy viendo escrito y me lo admito, no me queda otra, pero mi actitud ante los otros es un poco entre "bueeno, qué me importa" y "soy un cubito de hielo en una de esas cubeteras de aluminio que tirabas de una manija, y na-da-me-afec-ta, ya lo dije, estoy hecho de hielo, agua dura".
Muchos días, sobre todo muchas mañanas, salir a la calle y enfrentarme a una cierta cantidad de gente mucho menos sensible que yo, menos ambiciosa tal vez, menos consciente de sí misma, menos cuidadosa-con-la-hormiguita-que-lleva-una-hojita-qué-linda-la-hormiguita-qué-linda-la-abejita-que-lleva-la-miel-en-las-patitas que yo me produce asco, pena, tristeza sin par, altos enojos, y muchas, pero muchas carajeadas por lo bajo. Tengo un problema. Oquei. Todos tenemos. No me felicito por eso, todos los días me alejo de lo oscuro que hay en mí, o por lo menos me hace bien creer que es así.
Hay días que son más o menos: todo simplemente transcurre, parece que resbaaalan sobre mi piel los coágulos viscosos de la dejadez y la miseria, la soberbia, el resentimiento y el desprecio impreso en rostros de gente. Hago lo que tengo que hacer y me vuelvo a mi casa, a mis cosas sensibles y llenas de sentido. Tampoco es que soy un intelectual o un filósofo. ¿Se dieron cuenta? Bueno, parece que no soy el único sensible en la sala.
Algunas (muy algunas) mañanas, mañanitas de sol o no, a los apurones o no, en el subte, en el ascensor, por la vereda, alguien, alguien bendito y luminoso danza (es la palabra) graciosamente frente a mis ojos. Alguien de expresión serena y despreocupada, naturalmente felizdelavida, no una felicidad de propaganda de toallitas o de pasta dental. Muchas veces ni siquiera es una hembra de cabellos rizados y con la correa del morral que le pasa entre los pechitos como la que vive a la vuelta (y cómo me pone, hermanito querido…) ¡No! Por ahí es un viejo de jogging y sobretodo, pollerudo de mierda, que le fue a comprar medialunas a la mujer a las siete de la matina porque anoche fue el aniversario de treinta años de casados y la vieja se la chupó o algo, pero la cara de feliz cumple no se la saca absolutamente na-die, ni las pocas monedas, ni el riesgo de que lo afanen y lo maten en la primera esquina, ni el viento que le cortaría la jeta a Dios y al Diablo, si no hubieran abandonado hace mucho tiempo este mundo. Por ahí es el pibe que entrega los diarios en bicicleta, que va silbando algo que en principio nada tiene que ver con levantarse a las cinco para ganar quince mangos; por ahí es una cartonera vieja y mal vestida, pero que te mira a los ojos y sabés que te desea el bien por más que no lo diga con esa boca sin dientes. Por ahí es un cana novato y lleno de ganas que todavía no se hundió en el barro inmundo y vil del crimen uniformado, y que ya te vio pasar una vez y sabe que sos gente derecha, como él.
Me ha pasado a veces. Muy a veces. Y dura lo que dura un instante, pero te deja un calor acá, un reconforto que va más allá de un consuelo. A veces (muy, muy a veces) hasta llego a invocarlo porque sí, sin compararlo con las tan cotidianas tinieblas, y sin buscarlo como refugio.
Ya me olvidé las caras (menos la tuya, chuchi); me queda lo radiante de las expresiones, de los cuerpos sueltos, lo sereno del momento y el recuerdo de no haberme importado nada más, aunque claro, todo de a poquito cada vez más difuso… pasaron algunas semanas desde la última vez. Ando precisando otra dosis. Nos vemos por ahí.

LA POSTA II (Y a ver si paramos por acá…)

Cuando pensaste que lo viste todo, hay cosas que te llegan de un segundo para otro a tu vida, sin aviso y sin mucha posibilidad de escapar. Tarde o temprano se te meten dos travestis en el auto.

Son las ocho de la mañana. Lagañento, paro el auto y busco a mi alrededor un lugar donde dejarlo. Es domingo y no debe ser nada difícil. “Lo dejo –pienso-, subo a lo del tipo, le instalo la antena nueva para que vea el partido y me deje de romper las pelotas, me vuelvo a casa y me duermo todo”. Ya sé, dije en el afano anterior, o alguien lo entendió así, que no tenía auto, pero tengo, es que, no, lo, uso, siempre, ¿oquei?. No me vengan con cosas que estoy contando un tema serio.

Hagámosla corta que no me quiero envenenar de nuevo: el primero, una versión pero muy autóctona de Amy Winehouse, premolar faltante y tatuajes tumberos incluídos, se mete por adelante, y mientras todavía me dura el pasme, un segundo (rubio, torerita llena de tachas y colgajos ochentosos estilo Madonna o Cindy Lauper, pero con la cara de Nicko McBrain toda pintarrajeada) abre la puerta de atrás y entra sin mucho trámite.
El que está al lado mío comienza la negociación:
-¿Cómo andás, lindo? ¿Te acordás de mí? ¿Dónde está mi propina?
-¿Qué propina?
-La que me prometiste el otro dia.
-No te conozco, vamos bajando que tengo que laburar.
-Mirá que no nos vamos de acá sin la platita…
-No sé de qué me hablás, aparte no tengo plata. ¡Dame las llaves y bajate yá!
Sube las piernas y patea el parabrisas. Nunca había tenido a uno tan cerca. ¡Miento! Una vez uno me compró un lavarropas usado, pero tenía otro nivel. Bueno, no sé exactamente qué otro nivel, estaba comprando un Eslabón de Lujo modelo 75 todo picado. Pero este es peor, en vez de bombachas, como todo travesti decente debería usar, tiene un slip blanco de algodón, de esos del Carrefour.
-¡Te rompo todo el auto!
-Hagamos así, bajate ahora o llamo a la cana.
-No vas a llamar a nadie…
Manoteo el celular y disco los tres números. Disco no, aprieto. Voy a apretar el Send cuando me lo arranca de las manos, y el de atrás (supe después que me abrió la caja de herramientas que estaba a sus pies y que no se llevó nada, muy por el contrario, se olvidó un aro fucsia tipo atrapasueños), el de atrás, digo, me hace una llave de cogote y me apoya algo metálico, no muy afilado, cercano a la carótida. Qué momento.
El de adelante (Amy) me palpa cuidadosamente los bolsillos. El izquierdo y el derecho. En el medio nada, muy profesional. Lo ayudo a sacar cinco mangos hechos un bollo.
-¿No tenés más?
-No.
-Dale que tenés, ¡te rommpo todo!
-Esperá.
Como puedo, despego el culo del asiento y saco la billetera. Otros diez.
-¿Ves? No tengo más. Llevatelós.
El de atrás sugiere que se vayan.
-Dejaselós, no es el pibe.
-Disculpá, te confundimos con uno que se fue sin pagar.
Se bajan tan rápido como subieron y los reputeo desde adentro. Me responden algo que no entiendo, pero no parecen muy alterados. Seguro que están pasados de rosca y al ver que no había botín, se hicieron los boludos y a otra cosa.
Pongo las llaves y salgo como puedo, doy la vuelta a la manzana para ver si los veo. ¿Para qué, para atropellarlos? No sé.
Doy otra vuelta, esta vez para ver si encuentro alguna trulla. Nadie. Me alejo un par de cuadras y paro para llamar. 9-1-1-Send.
-Policía, buen día.
-Bla, bla, blabb, bla, bla.
-¿A qué altura de Oro?
-Blablabb, en la esquina.
-Por favor, espere en ese lugar. Estamos enviando una unidad.
Cinco minutos. Diez. Pasa alguna gente que va a comprar el pan, a pasear el perro, uno que fija era un dealer. Algunos otros traviesos. Miran mi cara llena de bronca y justificaciones, si es que existe esa combinación. Me pudro. Doy otra vuelta y paro en la esquina de un café. Otros cinco minutos y para un patrullero. El que venía manejando entra y el otro se queda llenando unas planillas. ¿Qué tanto escriben en esas planillas? Cogoteo para ver si me da bola, pero parece muy entretenido con sus papelitos.
Bajo, cierro y me le acerco.
-Buen día.
-Buen día.
-Soy Fulano, del llamado de los travestis.
-¿Cómo?
-Se me metieron dos en el auto, querían plata.
-Ah, no, disculpe. Vinimos con mi compañero a tomar un café nomás. Pero digamé.
-Bueno, eso, me amenazaron, me quisieron robar.
-¿Y adónde fue?
-Allá, pasando esa Trafic.
-Ah, no, nuestra jurisdicción termina acá. ¿Fue del otro lado?
-Se.
-Porque sansansansararínsarinsansararása. ¿No le sacaron nada?
-No, pero me amenazaron con un cuchillo acá, en el cuello.
-¿Quiere hacer una denuncia?
-No. Lo peor es que tengo que ir a trabajar y los tipos todavía están ahí.
-Bueno, protección no le podemos dar, pero quédese tranquilo, haga su vida normal, dentro de poco se van a dormir.
-OK, buen día.
Lo recontraputeo, pero por adentro. Doy la vuelta, busco un estacionamiento, a ver si todavía me cagan rayando el auto, me acerco al edificio del cliente y los veo a diez pasos de la entrada, charlando. Toco el portero y tardan para atender.
-Ah, ¿cómo andás? Ya bajo.
Tres minutos, yo de espaldas a los turros con mi caja de herramientas y el alma llena de algo feo. El chabón baja a abrirme, a disculparse por la tardanza y a protagonizar una minicruel paja mental mezcla de Almodóvar y Tarantino, con antenas, dos travestis, Macaya Márquez y paragolpes ensangrentados. Subo, instalo, vuelvo a casa y me duermo todo. No fue TAN distinto del plan original.

ME COMÍ UN ORSAI

Hoy estuve buceando en mi infancia, cosa rara. Ya sé de dónde viene todo. Mi abuela era la que me regalaba los juguetes, casi todos era ella. No sé si yo tendría 8 o 10 años, pero estoy seguro de haber sido lo que hoy en día llamamos un muchachito estudioso y conservador. Una Navidad me quedé muy cabrero cuando la nona me regaló una combi Volkswagen color mostaza, doble cabina, atención, doble cabina y media caja descubierta, con asientos rojos. Un engendro de alguna sucursal alemana del averno que hoy me gustaría tener pero que en su momento me lastimaba los ojos y me decepcionaba hasta el alma. Hubiera preferido algo más digno del aprendiz de careta que siempre se sacaba 9; una rural Volvo azul, un Passat beigecito o verde espárrago, un 504. Pero la anciana se empeñaba en darme carruajes singulares: ora un Citroen Pallas, con su forma de plancha a vapor y sus ruedas de atrás escondiditas, ora un Lancia Stratos lleno de calcomanías, ora un Corvette de los bomberos, ora una especie de batimóvil con el motor al aire y cola de pescado, verde fluo con un rayo naranja al costado, muy común hoy en dia (Hot Wheels, etc.) pero no tanto en ese entonces. Llegué a hojear su antiguo álbum de fotos: ninguna señal de drogas lisérgicas en su rostro, ni un rictus, ni un mandibuleo, ni una mirada perdida, ni una mala compañía, ni una bolsita con un porro reseco y aplastado, con la fecha 16/03/56 entre las cartulinas amarillentas y ese papel transparentoso que solían usar para separarlas. Aparte, si conocí a mi abuelo, la hubiera cagado bien a palos.
Aún sin haber terminado la primaria, quizás su instinto le mostró que su nieto iba por el mal camino y le puso cariñosamente un cartel de desvío en forma de bizarros autitos de colección para que su trayectoria fuese derrapando un poquito en Reyes, un poquito en el cumpleaños, otro poco en Navidad, lo suficiente como para que nos estemos leyendo hoy. Estés donde esteas, gracias.

PD: Antes que los piolas de siempre empiecen a mandar mensajes quejándose de mi autocomparación con Casciari… ¡Uh me comí un Dolina! ¡Mal! ¡Uh, me comí un Podetti! ¡Qué bueno, eso quiere decir que tendremos la tarde libre! ¡Uh, me comí un Petinatto! ¡Por ende, me comí un Orsai! ¡Y si esto es un epílogo, me comí una sitcom! ¿Ah, no? ¿Es una posdata? ¡Qué poronga! ¡Uy, me comí una Negra Vernaci! Negra Vernaci, mmmmmmh… ¡Me comí un Homero! Y así… ¡Me comí un Dolina! Que es de Caseros, pero no es Alfredo, mirá si me voy a comer un gordo desos, no termino más…