EN LA CALLE

No soñé con el ruido fantasmagórico de escaleras mecánicas toda la noche, estuve ahí. Uno de los tubos fluorescentes parpadeó encima mío todo ese tiempo, no me lo imaginé. Alguien que luego se escapó dejó un sánguche al lado de mi cuerpo; un pequeño gran gesto, sin dudas, pero innecesario. Lo doné.
La voz en mi cabeza es la mía, pero sin el acento extraño. Me dice que vuelva a la pensión a juntar mis cosas (mis cosas… una radio a pilas, un cuaderno, una toalla), que vaya al baño y lea “aprete despasio” por última vez.
Me siento jadeante, cansado de vivir siempre en las fauces de aquello que me horripila, y mucho me temo que esto sea el comienzo de mi locura definitiva, pero vamos para adelante, nada más tonto que llorar sobre la leche aún no derramada.

FONDO DEL POZO

Diez contadores gordos y libidinosos, diez viagras azules en los bolsillos de los sacos marrones, diez putas teñidas de amarillo en minifaldas de cuero negro. Diez mesas pegajosas de humedad, cuarenta manos moviéndose cansinamente sobre veinte humos de cigarrillo, veinte vasos de whisky barato, sesenta pedazos de hielo hecho con agua corriente. Cuatrocientos dedos dispuestos a negociar, ochocientos posibles puntos de encarnación de uña o panadizos, y lo que más asco me da no es lo uno, ni lo otro, ni lo otro, ni nada de ello. Todo me da asquerosamente igual, porque hoy no aguanto más.