LA POSTA II (Y a ver si paramos por acá…)

Cuando pensaste que lo viste todo, hay cosas que te llegan de un segundo para otro a tu vida, sin aviso y sin mucha posibilidad de escapar. Tarde o temprano se te meten dos travestis en el auto.

Son las ocho de la mañana. Lagañento, paro el auto y busco a mi alrededor un lugar donde dejarlo. Es domingo y no debe ser nada difícil. “Lo dejo –pienso-, subo a lo del tipo, le instalo la antena nueva para que vea el partido y me deje de romper las pelotas, me vuelvo a casa y me duermo todo”. Ya sé, dije en el afano anterior, o alguien lo entendió así, que no tenía auto, pero tengo, es que, no, lo, uso, siempre, ¿oquei?. No me vengan con cosas que estoy contando un tema serio.

Hagámosla corta que no me quiero envenenar de nuevo: el primero, una versión pero muy autóctona de Amy Winehouse, premolar faltante y tatuajes tumberos incluídos, se mete por adelante, y mientras todavía me dura el pasme, un segundo (rubio, torerita llena de tachas y colgajos ochentosos estilo Madonna o Cindy Lauper, pero con la cara de Nicko McBrain toda pintarrajeada) abre la puerta de atrás y entra sin mucho trámite.
El que está al lado mío comienza la negociación:
-¿Cómo andás, lindo? ¿Te acordás de mí? ¿Dónde está mi propina?
-¿Qué propina?
-La que me prometiste el otro dia.
-No te conozco, vamos bajando que tengo que laburar.
-Mirá que no nos vamos de acá sin la platita…
-No sé de qué me hablás, aparte no tengo plata. ¡Dame las llaves y bajate yá!
Sube las piernas y patea el parabrisas. Nunca había tenido a uno tan cerca. ¡Miento! Una vez uno me compró un lavarropas usado, pero tenía otro nivel. Bueno, no sé exactamente qué otro nivel, estaba comprando un Eslabón de Lujo modelo 75 todo picado. Pero este es peor, en vez de bombachas, como todo travesti decente debería usar, tiene un slip blanco de algodón, de esos del Carrefour.
-¡Te rompo todo el auto!
-Hagamos así, bajate ahora o llamo a la cana.
-No vas a llamar a nadie…
Manoteo el celular y disco los tres números. Disco no, aprieto. Voy a apretar el Send cuando me lo arranca de las manos, y el de atrás (supe después que me abrió la caja de herramientas que estaba a sus pies y que no se llevó nada, muy por el contrario, se olvidó un aro fucsia tipo atrapasueños), el de atrás, digo, me hace una llave de cogote y me apoya algo metálico, no muy afilado, cercano a la carótida. Qué momento.
El de adelante (Amy) me palpa cuidadosamente los bolsillos. El izquierdo y el derecho. En el medio nada, muy profesional. Lo ayudo a sacar cinco mangos hechos un bollo.
-¿No tenés más?
-No.
-Dale que tenés, ¡te rommpo todo!
-Esperá.
Como puedo, despego el culo del asiento y saco la billetera. Otros diez.
-¿Ves? No tengo más. Llevatelós.
El de atrás sugiere que se vayan.
-Dejaselós, no es el pibe.
-Disculpá, te confundimos con uno que se fue sin pagar.
Se bajan tan rápido como subieron y los reputeo desde adentro. Me responden algo que no entiendo, pero no parecen muy alterados. Seguro que están pasados de rosca y al ver que no había botín, se hicieron los boludos y a otra cosa.
Pongo las llaves y salgo como puedo, doy la vuelta a la manzana para ver si los veo. ¿Para qué, para atropellarlos? No sé.
Doy otra vuelta, esta vez para ver si encuentro alguna trulla. Nadie. Me alejo un par de cuadras y paro para llamar. 9-1-1-Send.
-Policía, buen día.
-Bla, bla, blabb, bla, bla.
-¿A qué altura de Oro?
-Blablabb, en la esquina.
-Por favor, espere en ese lugar. Estamos enviando una unidad.
Cinco minutos. Diez. Pasa alguna gente que va a comprar el pan, a pasear el perro, uno que fija era un dealer. Algunos otros traviesos. Miran mi cara llena de bronca y justificaciones, si es que existe esa combinación. Me pudro. Doy otra vuelta y paro en la esquina de un café. Otros cinco minutos y para un patrullero. El que venía manejando entra y el otro se queda llenando unas planillas. ¿Qué tanto escriben en esas planillas? Cogoteo para ver si me da bola, pero parece muy entretenido con sus papelitos.
Bajo, cierro y me le acerco.
-Buen día.
-Buen día.
-Soy Fulano, del llamado de los travestis.
-¿Cómo?
-Se me metieron dos en el auto, querían plata.
-Ah, no, disculpe. Vinimos con mi compañero a tomar un café nomás. Pero digamé.
-Bueno, eso, me amenazaron, me quisieron robar.
-¿Y adónde fue?
-Allá, pasando esa Trafic.
-Ah, no, nuestra jurisdicción termina acá. ¿Fue del otro lado?
-Se.
-Porque sansansansararínsarinsansararása. ¿No le sacaron nada?
-No, pero me amenazaron con un cuchillo acá, en el cuello.
-¿Quiere hacer una denuncia?
-No. Lo peor es que tengo que ir a trabajar y los tipos todavía están ahí.
-Bueno, protección no le podemos dar, pero quédese tranquilo, haga su vida normal, dentro de poco se van a dormir.
-OK, buen día.
Lo recontraputeo, pero por adentro. Doy la vuelta, busco un estacionamiento, a ver si todavía me cagan rayando el auto, me acerco al edificio del cliente y los veo a diez pasos de la entrada, charlando. Toco el portero y tardan para atender.
-Ah, ¿cómo andás? Ya bajo.
Tres minutos, yo de espaldas a los turros con mi caja de herramientas y el alma llena de algo feo. El chabón baja a abrirme, a disculparse por la tardanza y a protagonizar una minicruel paja mental mezcla de Almodóvar y Tarantino, con antenas, dos travestis, Macaya Márquez y paragolpes ensangrentados. Subo, instalo, vuelvo a casa y me duermo todo. No fue TAN distinto del plan original.