La voz en mi cabeza es la mía, pero sin el acento extraño. Me dice que vuelva a la pensión a juntar mis cosas (mis cosas… una radio a pilas, un cuaderno, una toalla), que vaya al baño y lea “aprete despasio” por última vez.
Me siento jadeante, cansado de vivir siempre en las fauces de aquello que me horripila, y mucho me temo que esto sea el comienzo de mi locura definitiva, pero vamos para adelante, nada más tonto que llorar sobre la leche aún no derramada.
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