EL VOYEUR DE ENFRENTE

Mudarse al edificio de enfrente debe ser de una las experiencias más únicas que existen, sobre todo por el nuevo punto de vista: si antes veías un edificio lindo y con sol a la mañana, ahora vas a ver lo contrario: una mole toda de vidrio, con cortinas de varios colores y todo lo que se esconde atrás: bolsas, escaleras y sillas plegables, bicicletas fijas, ropa colgada, amantes decidiendo entre la verdad o el abismo, aparatos para hacer abdominales, un gato tomando sol, lavarropas, la caja de un ventilador…
Ahi es cuando te arrepentis un poco, al final vivir en un depto más o menos con una buena vista no estaba tan mal, por lo menos te pasabas algún tiempo idealizando como sería estar un poco mejor. Ahora, en cambio, cerrás las persianas para no ver a los pobres.
A tus nuevos vecinos ya los conocés de antes: el del largavistas, el que fuma, el que sale a tirar cañitas cuando Boca hace gol, el que juega con el rayito láser, el que lava los vidrios por afuera hasta que un dia se cae, el que habla por teléfono y se rasca la panza, la que se depila y se pone ruleros, el que se toma una cerveza y mira al infinito, los que llegan y se pegan a las pantallas hasta que el sueño o el tedio los vencen, a todos te los podés encontrar en el ascensor, con un detalle singular: seguro que también te conocen y te llaman “el de los calzones blancos”.

Nota: Este texto estuvo perdido en las entrañas de mi máquina por meses y meses. Si huele mal es por eso.

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