Viendo una zorra la puerta de la alacena abierta, acercóse y comprobó que en el fondo del mueble vacío reposaba una lata de apetitosas arvejas.
Pensó (instintó) que necesitaba ahora de un utensilio para abrir el metálico contenedor de tan preciado manjar.
Bajóse de la mesada y abrió el cajón de los cubiertos, constatando con sus papilas olfativas nada sino el recuerdo de algún repasador, y con sus pupilas de los ojos dos corchos de pésima apariencia.
Habiendo hurgado durante horas sin descanso en todos los rincones de la casa, probado peines, tijeras, y hasta los propios dientes, abandonó tan difícil empresa, exclamando, para consolarse:
-Están negras!
DE FÁBULA
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