LOS BOLUDOS DEL UNIVERSO

A cada minuto nos equivocamos. Desde mañanita, cuando mojamos el asiento del inodoro, o cuando tiramos el papel afuera del cesto, si somos nenas.
El destino del hombre es errar. En todo. En lo que se puede arreglar y en lo que no. Día tras día, y hasta cuando dormimos por las noches.
Cuando hablamos, siempre; algunos de nosotros nos equivocamos incluso callados.
Si los marcianos vinieran un día, tendrían que bajar cien mil octillones a la quichicientos x cinco de pasos en la escala evolutiva para poder charlar un rato con Stephen Hawking seguido de una tropa de los más genios, y todavía tendrían que hacerlo fumando uno para no apabullarlos.
¿Qué nos espera a nosotros entonces, los que a gatitas terminamos la secundaria y nos cuesta atarnos los cordones?
No seremos sus bufones ni sus cocineros, ni siquiera su comida; probablemente les juntaremos la bosta, y eso no es necesariamente una mala noticia: tal vez descubramos en ella la llave de un nuevo peldaño evolutivo.

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