DE COMO ADRIANA SALE DEL SUBTE TODAS LAS MAÑANAS CUBIERTA DE PIES A CABEZA DE CASPA AJENA

No me atrevería a catalogar a Adriana como una mujer depresiva; le gusta vestirse de negro porque sí. “Porque me gusta... además es más práctico, no tengo que elegir, y negro combina con todo” me explicó nerviosamente alguna vez.
Adriana es mi secretaria; un día empezó a llegar al consultorio espolvoreada de lo que parecían migas de Criollitas, o alguna desgracia similar. Le pregunté una vez y cambió rápidamente de tema, avergonzada. No quise insistirle, no era muy de revelar sus cosas privadas, mientras la radio anunciaba “noticias extrañas del ámbito subterráneo”. Demasiado ocupado con la insistente oposición del paciente sentado en el sillón, no logré relacionar los hechos en aquel momento, y le pedí urgentemente la ficha dental del mismo.
Meses después, mirando El otro lado, supe que estuvo comprometida con un joven llamado Tadeo, que era del interior y vivía perdiéndose en las estaciones del subte. Para resolver tal situación, Adriana le entregó el extremo de un ovillo de lana negra. El otro extremo siempre lo llevaría en su cartera para que pudieran encontrarse sin dificultad todas las tardes en alguna estación.
Cierto día, su hermano Minotopo, un ser monstruoso que usaba someterla a las más viles prácticas incestuosas, loco de celos al enterarse de la existencia del joven, lo asesinó quitándole la cuerda a su hermana y atándola al último coche de una formación con destino a Primera Junta. Pero Tadeo arrojó desde el más allá una maldición sobre los pasajeros de la lombriz metálica: todos aquellos que compartieran un vagón con su amada sufrirían incontenibles ataques que cubrirían sus negras ropas de lana con las asquerosas escamas de sus cueros cabelludos. De esta forma, su hermano freak no podría reconocerla y mucho menos dar rienda suelta a sus bajos instintos. Y así fue.

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