EL ABRIGO II

A cada tanto, varias veces por día, le venían flashes de su ciudad. Vívidas. Del centro, de las calles que lo llevaban a casa. Reales. Se le ocurrió que su hermano o alguien muy cercano estaba viviéndolas y transmitiéndoselas sin querer. O a propósito. Nunca más le pasó, y a veces bien que le gustaría.

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