EL VAMPIRO Y EL CHIVO

Pasó por el espejo y no se vió. No se vió. Pensó ese día durante horas en la última mujer que le había mordido el cuello, sin que ninguna en particular le viniera a la mente. Se despidió por teléfono de sus amigos y de sus compañeros de trabajo y se encerró en el garage. Pasó semanas sentado en su Chevy mirando al retrovisor para ver si se encontraba, sin comer y sin su faso dominguero. Al anochecer del cuadragésimocuarto día le empezó a entrar la sed de sangre y entonces se convenció. Abrió el portón y salió despacio pero sin calentar el motor.

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