MALDITOS GREGORIOS

A las ocho y media, cuando abro la puerta, el piso y las paredes todavía vibran.
A las nueve menos cuarto y con el movimiento provocado por los primeros empleados, algunas empiezan a esconderse atrás de objetos pequeños: abrochadoras, sacapuntas de esos a manija, teléfonos, impresoras.
A las nueve se repliegan atrás de archivos y debajo de los escritorios más oscuros.
A las nueve y media unas pocas aguantan firme y el resto se va reculando de a poco.
Más o menos a las diez, cuando el sol se mete por la ventana, a regañadientes se van las más audaces y no aparecen el resto del día.
Si la tarde no está muy movida, tipo cinco se ve alguna patrullando el área para ver como pinta la noche. A veces, cuando apago las luces y voy a cerrar la puerta siento vocecitas en un lenguaje que no conozco, pero que no cuesta mucho traducir: “andá nomás, nosotros te cuidamos el boliche” y luego risas finitas.

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